Hoy causó revuelo nacional un artículo de Pedro Ferriz de Con publicado en Excélsior. En su entrega, el periodista hace alusión a una de sus encuestas en la que plantea la desaparición de los diputados plurinominales ya que, a través de ellos, dice, se ejerce el poder de facto de la partidocracia en nuestro país.
Podemos estar de acuerdo con Pedro o, para variar y no salir de la costumbre, es solo una solución a medias, de esas soluciones que atacan la parte visible del iceberg…
Evidentemente, y por lo pronto, la propuesta ayudaría, por lo menos en términos presupuestales, a aliviar el menguado presupuesto nacional. ¿Pero de cuánto dinero estamos hablando realmente? No conozco los números exactos (ni me interesa saberlos) pero especulando a la alza ahorrar 200 legisladores no debe de significar más de 400 millones de pesos mensuales, lo que elevado al año son 48000 millones de pesos, una fracción del necesario ahorro presupuestal.
Ver las cosas con pesos y centavos está bien, pero al hacerlo no hay que dejar de lado en ningún momento que los problemas reales de nuestro país tienen muy poco que ver con los presupuestos por más holgados o magros que estos resulten en la relatividad de los años, congresos y sexenios.
Por un lado el problema, evidente, es la politización de los asuntos económicos. Pero esa politización, bien lo sabemos por lo menos el 95% de los mexicanos, poco afecta lo que pasa en nuestros hogares. Hemos sido sumamente creativos, en nuestro anarquismo nato, para aprender a vivir al margen del como pretenden que vivamos esos politizados y magnificados personajes que componen nuestras honorables asambleas legislativas.
En nuestro país existen y operan miles de formas de no cooperar con el gobierno. De mantenerlo castigado porque simplemente no nos ha cumplido. Si alguien realmente quiere evitar conscientemente el pago de impuestos siempre se las ha podido ingeniar para no hacerlo. El gobierno, a través de nuestros cuerpos legislativos, pretende sobrevivir, ahora que se le ha acabado su financiamiento petrolero (que por cierto nunca fue de los mexicanos, sino del gobierno mismo) imponiendo más impuestos. Que haremos los mexicanos al respecto… lo obvio. La economía informal crecerá, al igual que la economía ilegal y, creativos como somos, buscaremos la subsistencia usando cada vez menos el dinero, esa cosa que nunca alcanza y que ahora hasta en el banco peligra porque ya no podremos depositar cantidades mayores a los 10’000 pesos sin ser inquiridos, penalizados, condenados por no tener los suficiente para comprarnos a alguien en hacienda que nos ayude a tapar las cifras.
Claro que muchos de nosotros seguimos teniendo empleos formales. Somos, como quien dice los contribuyentes cautivos a los que no les queda de otra más que contribuir al mantenimiento de esos ladrones que llamamos gobierno y de los que se puede decir cualquier cosa menos que sean ineptos. Y he aquí que nuestro divorcio social con nuestro gobierno, nos está cobrando una primera factura. Menospreciar al enemigo (si queremos ver a la partidocracia como el enemigo) con todas esas etiquetas que solemos usar y cuya gama la podemos encontrar fácilmente si revisamos unos cuantos de los comentarios al artículo de Pedro Ferriz arriba mencionado.
Nuestros políticos están haciendo un buen trabajo. Es notorio. Nadie se ha atrevido a plantear públicamente que el problema comienza con la existencia misma de los partidos políticos. Los tomamos como un mal necesario y, si bien existen voces que con cada vez más insistencia plantean que deben de existir las candidaturas ciudadanas, ninguna de estas voces habla al mismo tiempo que con las candidaturas ciudadanas deberían de dejar de existir los partidos políticos. Quizá sea el tiempo de plantearnos algunas cosas un poco más en serio y con más profundidad como por ejemplo la transición de la partidocracia en una meritocracia (mi procesador de texto curiosa e irónicamente me está marcando como equivocada esta palabra) lo que para mí sería una verdadera democracia si esa meritocracia se realiza con instrumentos de verdadera valoración social acompañada de figuras igualmente democráticas y sociales como el referéndum.
Otra idea que se me ha estado pasando por la cabeza últimamente es que la politización de los problemas nacionales se podría evitar en gran medida con la creación de un sistema multiparlamentario. Si llamamos ignorantes a nuestros diputados y senadores, evidentemente también lo es cualquier otro ser humano. El problema es que esperamos que un político, por el simple hecho de serlo, posea conocimientos sobre todos y cada uno de los aspectos que de la vida nacional que queremos ver resueltos. Pero eso evidentemente no es el caso y nunca va a hacerlo. ¿Quién tiene conocimientos sólidos en economía si la mayoría de nosotros, incluidos los diputados, no entendemos ni siquiera superficialmente como funciona un banco, un financiamiento o como se lleva una contabilidad? No es verdaderamente ridículo asumir que los legisladores sean distintos a nosotros. ¿Distintos porque tienen un fuero o porque fueron designados por mecanismos intrapartidistas para ser elegibles al puesto de detentan? Me niego a pensar que cualquiera de esos honorables señores o señoras tenga una formación superior a la mía (fuimos educados en el mismo país y dentro del mismo sistema educativo con las mismas deficiencias). Pero existen los especialistas. Porque no encargar entonces la solución de nuestros problemas a aquellos que se han especializado en buscar esas soluciones, ya sea por formación profesional o por acumulación de experiencia. Porque no crear un parlamento de especialistas que se encargue únicamente de los asuntos económicos, otro de los específicamente técnicos, otro de los problemas que surgen del contexto internacional, y así sucesivamente. Varios parlamentos que podrían ser creados temporal o permanentemente de acuerdo a las necesidades nacionales. ¿No es verdaderamente ridículo pensar que incluso entre 500 cabezas como las que hay en la cámara de diputados pueda existir la solución a todos nuestros problemas tomando en cuenta la complejidad de la realidad actual de nuestro país? ¿No es ridículo pensar que estos señores piensen, por ejemplo, que una solución rápida y fácil es tasar al Internet con un impuesto, si lo más seguro es que su experiencia de Internet no rebasa el email, Google o Facebook? SI tuvieran otro tipo de experiencias con el uso del Internet, experiencias sociales, formativas y profundas quizá estarían pensando en formas de hacerlo accesible gratuitamente a todos los ciudadanos y además estarían preocupados por exigir que las grandes compañías de fabricación de equipos vendieran en nuestro país las computadoras del año y no las que se les quedaron en las bodegas de otros países “más desarrollados”.
Hay que ser coherentes con lo que proponemos. Incluso con los 300 diputados de mayoría que se pretenden mantener en la cámara seguiría la presencia de los partidos políticos. Eso es un hecho. Y el único mérito que pueden detentar esos individuos es el de haberse abierto paso entre la grilla partidista, en eso son expertos. Eso es lo que se espera de ellos y en eso son unos maestros que pueden opacar a cualquiera de nosotros. Aprendieron tan bien sus lecciones en la vieja escuela del PRI que todas las demás propuestas partidistas se han hecho una sola. Esa vieja escuela del PRI está presente en todos los partidos. Por eso tenemos la impresión de que todos ellos son corruptos. ¿A dónde lo aprendieron sino en esa escuela.
Evidentemente ninguno de ellos va a soltar los huesos ya conquistados por lo que resulta completamente vano intentar exigirles, pedirlos a cuentas, desaforarlos. Ningún perro suelta el hueso conquistado. Ante esto solo hay de dos sopas:
La primera forma sería más o menos pacífica y podría comenzar con la creación de un verdadero partido ciudadano. Un partido en el que, desde un principio, tendría que existir el mérito social real como criterio de selección de candidatos sin que el candidato tenga que pasar por las pasarelas intrapartidistas (el Internet sería una maravillosa herramienta que permitiría la selección generalizada de candidatos idóneos). Un partido que tendría que tener como meta primaria arrasar con las elecciones legislativas, conquistar la mayoría absoluta en ambas cámaras y luego comprometerse con una revisión profunda de todas las instituciones políticas nacionales, desde la Constitución misma, hasta la más mínima responsabilidad pública de futuros gobernantes.
El segundo camino sería bastante más violento y evidentemente se trata de un movimiento revolucionario que tenga como objetivo primario tumbar al gobierno para luego establecer una propuesta nueva sobre lo destruido. El pequeño problema que han traído aparejadas todas las revoluciones a lo largo de la historia es que la implementación de cambios nunca ha equiparado las cantidades de sangre que cobraron si tomamos en cuenta que estos cambios pocas veces han sido en las direcciones originalmente buscadas por la sociedad. Lo peligroso de cualquier revolución siempre ha sido que la esencia del liderazgo político no ha cambiado. Si el poder corrompe, el poder absoluto corrompe aún más. Y por lo que puedo vislumbrar en el horizonte, ninguno de los líderes potenciales que pudiera emerger de un movimiento revolucionario en nuestro país ofrece innovaciones, sino simplemente pan con mermelada de sabores distintos.
Tu propuesta, Pedro, supongo que tiene su validez simplemente por ser una propuesta. Pero si queremos cambios hay que tener los huevos para cambiar. Ahorrarnos el costo de unos cuantos diputados y senadores no vale la pena si nos podemos ahorrar de una buena vez la existencia de los partidos políticos mismos. Recordemos que en la raíz griega de democracia se esconde el ciudadano común y corriente, no esa élite corrupta y viciada que actualmente componen nuestros partidos políticos que ya no representan ni las siglas que les dan su nombre…
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